22 oct 2009

Todos ciegos: capítulo 2

Por supuesto no se pasa la vida de venganza en venganza. En realidad lleva una vida bastante normal: un buen trabajo, buena relación con su familia, tiene algunos amigos, conoce a chicas de vez en cuando... Sus actuaciones se deben más a arrebatos, suelen suceder en momentos puntuales en los que es testigo de actos que le hacen perder los nervios y que cree que deben ser corregidos. En cierta ocasión estuvo a punto de partirle las piernas a un hombre que había aparcado en una plaza de minusválidos. Esto es algo que siempre le había molestado, pero en esa ocasión no pudo aguantarse y se abalanzó sobre él. Finalmente decidió que con una pierna era suficiente, pues creyó que sus lágrimas eran sinceras. Pero esta vez no se hablandaría por unas lágrimas. En cuanto vió por la tele la cara del chico (se referían a él como T.D. para preservar su intimidad) supo que no se arrepentía y debía pagar. Por suerte, en la televisión no habían tenido muchos escrúpulos en contar dónde vivía el chico y que tenía antecedentes por posesión de drogas. A partir de ahí investigó, se relacionó con lo más bajo de la ciudad, y finalmente consiguió contactar con T.D. para comprarle algo de marihuana. La verdad es que el hecho de que vendiera droga no le importaba demasiado. No culpaba a nadie por querer evadirse de este infecto mundo y, al fin y al cabo, el daño se lo hacían a ellos mismos. Pero T.D. le había hecho daño a esa chica, un daño irreparable.

Camina por la calle, entre la lluvia y la oscuridad, y se siente cómodo. No oculta su rostro, pues está convencido de que hará su trabajo. Camina sin prisas, disfrutando el momento previo a la acción, y repasando una vez más el plan. A lo lejos vislumbra el lugar donde se ha citado con T.D. Pobre iluso, piensa, cree que ha quedado con uno de tantos drogadictos, pero no sabe que a la cita acudirá también la muerte difrazada de cuchillo. Finalmente lo vió en la esquina, apoyado en la pared, cubriéndose bajo la cornisa del edificio. Sostenía entre sus labios un cigarrillo, cuya luz le permitió confirmar que era el mismo tipo de las noticias. Ver su rostro hizo que se le revolvieran las tripas, pero también sintió alivio al ver que al fin llegaba el momento esperado.

-Vaya, amigo, estaba a punto de marcharme. No soy muy aficionado a esto de esperar bajo la lluvia a mis clientes- comentó con una sonrisa en su cara. En persona parecía hasta simpático... seguro que así se había ganado la confianza de aquella chica
- No soy tu amigo. Toma el diner, dame lo que tienes para mí y no nos veremos más
- Deacuerdo, aquí tienes, "malas pulgas". Se ve que la lluvia no te sienta bien, deberías abrigarte.
- Es curioso que digas eso, me gusta sentir la lluvia, es un tanto... purificadora- comentó con fingida confidencialidad.
- Si, ya, te limpia de tus pecados, ¿no?- respondió T.D. en tono de burla.
-Exacto, así que harías bien en empaparte hasta los huesos, pues tienes muchos pecados que limpiar- dijo entre dientes, aguantando toda la rabia que estaba a punto de liberar.
- ¿De que estás habfgg...- intentó decir, hasta que una mano apresó su garganta, cortándole con ese gesto el aire y el habla.

Ahora lo tenía justo dónde lo quería, contra la pared. La boca estaba abierta en esa mueca familiar de terror y sorpresa (al fin y al cabo el terror tiene mucho de sorpresa) y las piernas daban inútiles patadas al aire. Sus ojos se estaba hinchando y la cara se enrojecía poco a poco, acercándose peligrosamente a un tono purpúreo. Pero no era así como pensaba matarlo... asfixiarlo no era suficiente.

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