26 abr 2011

Dejarse llevar

Entro en la sala, como tantas otras veces, pero esta vez va a ser diferente. O al menos eso es lo que me repito una y otra vez. Esta vez va a salir bien, compórtate muchacho... pero estoy de los nervios. Debo tener una pinta horrible. Daría lo que fuera por poder fumarme un cigarro, eso me aliviaría un poco, pero ahora no está permitido. Esto tenía mucho más encanto con esa ligera bruma cancerígena. Estúpidas normas.

Por muchas veces que venga a este sitio no consigo acostumbrarme a las luces titilantes y la decoración. Es tan escasa, que siempre parece que hayan quitado algo desde la última vez. Voy buscando un asiento, me acomodaré y me ayudará a controlar los nervios. Ya sabes muchacho, has venido a verla, es lo único que importa ahora. La verdad es que hace mucho, demasiado desde la última vez que estuve a su lado. No recuerdo bien su rostro, ni su voz... de hecho, recuerdo como si cada vez tuviese uno diferente. Pero sí recuerdo que la quería, que me sentía cómodo entre sus brazos, y que ella me comprendía como nadie ha hecho jamás.

Eso fue hasta que ellos se la llevaron. La alejaron de mí diciendo que era lo mejor, que no me hacía ningún bien... pero ellos que iban a saber. Ellos, que nunca la habían visto como yo, que no habían jugueteado con su pelo. Sólo hablaban de oídas. Seguramente la tendrían retenida, y prefiero no pensar en lo que le podrían estar haciendo. No, ahora no, justo cuando he conseguido calmar mis nervios. Sé que está cerca, puedo sentirla, y eso me da fuerzas. Esta vez no me conformaré con verla de reojo, sino que pienso lanzarme a sus brazos para no separarnos nunca más.

Se encienden los focos, los tambores redoblan en mis entrañas, pero me mantengo firme. Entonces veo como se acerca una de las camareras, justo en el peor momento. Viene con su uniforme impoluto, un vaso y esa expresión en la cara en la que la sonrisa es la protagonista principal, como diciéndome que me tranquilice, que sabe lo que pasa por mi cabeza y que todo va a salir bien. Dios, como odio esa expresión. Me encantaría golpearle una y otra vez sólo para confirmar que es sólo una careta y que debajo está tan podrida como el resto de nosotros. Pero mientras se acerca la camarera, veo a ella asomar por las cortinas, saliendo al escenario, y no puedo apartar la mirada. Está ahí, no lo puedo creer... éste es mi momento.

Pero me he quedado congelado más tiempo del que pensaba, y la camarera ya está a mi lado. No es del tipo de camareras que te preguntan lo que quieren tomar, aquí no hay de esas. Trae tres pastillas de colores, a cada cual más chillón, y antes de que quiera darme cuenta me las ha metido en la boca. No vale la pena luchar, la experiencia me susurra que eso sería mucho peor. No me queda más remedio que tragar, aunque eso suponga perderla de vista. La próxima vez será. La próxima vez me iré contigo, querida Locura.

2 comentarios: