18 mar 2012

Una historia y un secreto

Os voy a contar una historia. Es la historia de un barco; un barco hundido para más señas. Este barco no fue tocado y hundido por una azarosa combinación de letras y números, ni una roca afilada abrió una brecha en su fuselaje llevándolo a un agónico naufragio. El barco que nos ocupa se hundió bajo el peso de los fantasmas que llevaba en su interior. Al principio no le molestaban los fantasmas, de hecho le gustaba eso de tener a alguien acompañándole, recordándole antiguas aventuras que había olvidado y recorriendo sus rincones más escondidos. Poco a poco fue creciendo el número de fantasmas a bordo, obligándole a aminorar la marcha, hasta que llegó un momento en que le fue imposible avanzar, viéndose arrastrado al fondo del mar. El barco iba descendiendo, al principio intentaba luchar, pero acabó rindiéndose ante la gravedad y se asentó en el fondo. No le gustaba su nueva ubicación: el suelo era demasiado duro y echaba de menos la brisa y el choque de las olas en su casco. Los peces, pulpos y cangrejos tampoco estaban contentos. Ese no era su lugar. Que se vuelva para arriba, decían, está ocupando nuestro precioso suelo, tirado ahí como si estuviese muerto. Pero el barco no podía hacer nada.

El tiempo fue pasando e inevitablemente el barco se adaptó. Las algas crecían en las antaño brillantes barandas, sus llamativos colores quedaron sepultados bajo la sal, arena y moluscos. Los peces se divertían recorriendo sus pasillos inundados y las morenas encontraron en él un buen cobijo. De vez en cuando pasaba un tiburón en busca de su presa, rompiendo la decoración a su paso. Esto al principio le molestaba mucho, hasta que asumió que ya no era dueño de sí mismo y que ahora pertenecía al mar. Un día, o noche, llegaron los humanos, con sus atmósferas embotelladas y sus falsas pieles de goma. Lo recorrieron de arriba a abajo, desnudándolo con sus linternas y fotografiando todo lo que podían. Se marcharon, pero no tardaron mucho en regresar. Esta vez eran muchos más y traían una extraña maquinaria a la que lo acoplaron y utilizaron para llevarlo a la superficie.

El barco se había acostumbrado a su nueva vida, pero se estaba ilusionando ante la idea de volver a navegar. Sin embargo, su destino no era el que esperaba. Fue llevado a tierra, donde lo expusieron ante los ojos de muchos curiosos. Lo observaban con asombro ante la grandeza de lo que había sido, pero en esos ojos había también lástima por lo que era ahora, un amasijo de hierros sucios y madera agrietada. El barco odiaba verse en esos ojos, odiaba apenas distinguir ese pasado del que se sentía orgulloso. Este no era su lugar, ni su tiempo... y por un momento deseó haber sido un avión, para estrellarse a tiempo, quedando reducido a un montón de trozos irreconocibles de metal, sin tener que asistir a su propia decadencia.

Y ahora, tengo que contaros un secreto. Os he mentido. Esta no es sólo la historia de un barco, es también mi historia. Porque toda historia que escribimos es en cierto modo nuestra historia. Quizás no aún, puede que esté por venir, o puede que no lo veamos en la superficie, pero siempre hay un pedazo nuestro. Dicen que la imaginación es ilimitada, que podemos crear mundos imposibles y vivir las vidas de otros, pero todo sale de nuestra mente y tiene inevitablemente su molde. No estoy diciendo que yo sea ese barco, pero estoy en sus camarotes, buscando mi historia. Espero que vosotros encontréis la vuestra.

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