-Hola, ¿puedes oírme?- le grité a la figura. A pesar de no escuchar ningún eco, seguía sintiendo que la sala era muy grande.
-Sí, puedo escucharte, pero preferiría no hacerlo.- me respondió una dulce voz femenina.
-Apenas veo nada y no sé que hago aquí...-murmuré confuso.
Silencio
Un largo silencio.
-Oh vamos, no puedes ignorarme.
-Sí que puedo. Se puede ignorar a cualquiera en cualquier situación- respondió tranquilamente- Pensé que a estas alturas ya lo sabrías.
-No aquí, estando solos, en una sala a oscuras... no es que tenga miedo, pero no me vendría mal algo de compañía y conversación.
Un silencio que parece no acabar.
-¿Qué te cuesta? Quizás hasta nos caigamos bien, será todo mucho más llevadero. -le dije prácticamente suplicando.
-A nadie le caigo bien. Tarde o temprano todos intentan huir de mí, aunque sean lanzados a mis brazos inevitablemente. -dijo con una firmeza que casi parecía contradecir a su dulce voz.
-Pues ya ves, yo soy distinto. Te quiero conocer. No veo por qué nadie no querría conocerte. Tienes una voz muy bonita, si me lo permites.
-Ya, es otra parte más de mi maldición.
-Por favor, deja que me acerque, así podremos hablar mejor, e incluso vernos. -le dije mientras empezaba a caminar hacia ella. Ya había perdido el miedo a caer.
-Acércate todo lo que quieras, pero no te voy a gustar. Tarde o temprano acabo haciéndole daño a todo el mundo.
-No digas esas cosas. Deja de torturarte por las cosas que te hayan pasado. Estamos aquí solos, -le dije intentando animarla- fingiremos que esto es otra vida.
-Tienes toda la razón... pero a la vez no sabes absolutamente nada.
Lo último que vi fue el reflejo de su guadaña. Y luego la nada, un silencio que esta vez sí que fue eterno.
Hacía falta que volvieses a escribir.
ResponderEliminarIntriga no more.
ResponderEliminarGenial el relato!
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